Erase una vez, una muchacha tímida y recelosa del mundo que vivía en una pequeña ciudad costera. Todos los días, hacía las mismas cosas: se levantaba, desayunaba, hacia la cama , recogía la casa y salía a la calle. Paseaba por las calles peatonales y después de un corto paseo, se dirigía a comprar, unos días iba al mercado, a comprar fruta y verdura fresca y otros visitaba un supermercado, los menos.
Vigilante estricta de cumplir la rutina diaria que se marcaba, llegaba de la calle y preparaba la comida. Acto seguido, comía, recogía, fregaba, se duchaba y se iba a trabajar. Así, un día y otro, pasando los días hasta que llegaba su momento favorito, la noche del viernes, justo después de salir cansadísima del trabajo.
Normalmente iba a su trabajo andando, debido a la cercanía, pero los viernes, se llevaba el coche. El cual, preparaba con esmero, guardando en el maletero, toda clase de cachivaches.
El viernes por la tarde, era para ella sola, bueno, cualquier cosa que hiciera cualquier día, era sólo para ella, ya que estaba en la vida sola, sin familia, ya que hacía mucho que era huérfana, tampoco tenía amigos, conocidos ni pareja. Pero esa noche, ella sentía que era para ella, porque hacía lo que más le gustaba.
Salía del trabajo y se alejaba unos pocos kilómetros del casco urbano, donde ella residía, aparcaba el coche en el arcén de una carretera muy poco transitada, sacaba las cosas del maletero, por lo general, solía ser : una mochila, y una nevera portátil.
Cerraba el coche y se aseguraba que lo había cerrado, encendía la linterna que había sacado antes de la guantera y se dirigía por un camino, a través del bosque de pinos, que muy pocos conocían. Andaba unos 800 metros y al terminar dicho camino, comenzaba una playa virgen que muy pocos conocían, y los que sí lo sabían, nunca se encontraban allí los viernes a esa hora.
Abría la mochila y sacaba algunas cosas de su interior, lo primero era, unas sábanas viejas que extendía sobre la finísima arena, se quitaba los zapatos y sacaba un par de mantas, porque, a pesar de no ser ya invierno, todavía hacía un poco de frío.
Acto seguido, abría la nervera y sacaba una fiambrera que siempre lleva una jugosa tortilla de patatas, servilletas, cubiertos, vasos y una botella de agua mineral con gas. E iluminada solamente con la linterna, comía, tan sola como siempre, aunque en ese lugar, nunca se sentía sola.
Una vez terminada la cena y recogido todos los enseres en la nervera portátil, apagaba la linterna y se quedaba un rato acostada boca arriba, mientras los ojos se acostumbraban a la oscuridad reinante en la playa.
Después de un rato, se coloca una linterna frontal, que cuando se enciende, genera una débil luz roja. Saca un cuaderno y un par de objetos más, los cuales, mira detalladamente mientras los manipula.
A partir de ese momento, ya no está sola, sino rodeada por estrellas que brillan, a saber de donde y cuando. Mira al cielo y dislumbra la osa mayor, apunta en su cuaderno unas notas, es fácil encontrar la osa menor, partiendo de la mayor. Antes de buscar más constelaciones de forma ordenada y organizada, prefiere improvisar y mirar al cielo buscando las constelaciones más fáciles de ver, como la cabeza del dragón, el cinturón de Orión, casiopea, cefeo....
Después coge los prismáticos y se dedica a observar la cúpula celeste palmo a palmo, tomar notas, mirar, volver a mirar, mientras en su cabeza se amontonan las historias que encierran las estrellas, historias de dioses humanizados, héroes, cazadores, ninfas, etc..
Se esta haciendo tarde, a perdido la noción del tiempo y empieza a sentir frío. Antes de levantarse, saca un termo y un vaso y se toma una leche calentita que le hace entrar en calor. Recoge rápido y se encamina por el bosque, precedida del haz de luz de su linterna.
Se vuelve a mirar atrás y concibe un deseo, es sólo un momento pero es, entonces, cuando desea tener a alguien con quien compartir ese tiempo en la playa, contarle las historias de las estrellas y hablar con susurros a ritmo del vaivén de las olas. Mira al cielo, como si les dijera a las estrellas, sólo os tengo a vosotras, y se adentra por el sendero a través de los pinos. Vuelve a sus rutinas, su vida y su soledad.
Creo que envidio los viernes de esta chica.
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